SINKING SOUL



Inhalar.


Exhalar.


Las lágrimas se derraman por su angelical rostro y se mezclan con las gotas de la llovizna leve que se derrama por todo el lugar como si su llanto la hubiese invocado.


Y otra vez.


Inhalar.


Exhalar.


El aire en sus pulmones está viciado, de horror, de dolor, de furia. Su vista se nubla al igual que el cielo encapotado y asquerosamente gris. Sus ojos sin brillo, sin vida, observan con desprecio todo el lugar.


Inhalar.


Exhalar.


Y los días de lluvia son bonitos cuando no estás roto, tan roto.


Jadeos.


Múltiples jadeos y el cuerpo contorsionándose de dolor.


Cuando el daño emocional es tan fuerte que parece que no uno, sino dos equipos de rugby te patearon hasta el hartazgo.


Fastidio.


Cansancio.


La marea le devuelve la mirada desde abajo. Se ríe de su desgracia, se burla de lo destrozado que está.


Tormenta.


Delirio.


Y las olas se distinguen claramente desde el precipicio donde está parado. El agua se arremolina, negra, como litros de tinta china vertiéndose en un bowl. Los truenos crepitan y los cuervos chillan.


Cierra los ojos.


¿Por qué?


Caos.


La tierra mojada ensucia sus pies desnudos y la ropa de a poco comienza a pesar, como su alma. El largo cabello se pega a su rostro y mira al cielo mientras los purpúreos labios, resquebrajados por la gélida brisa, se mueven en silenciosa plegaria.


Decadencia.


Decepción.


Ya no reconoce si sus manos tiemblan por el frío o la ansiedad. Sus venas resaltan totalmente azules sobre la piel traslúcida, como si fueran los numerosos ríos que recorren un mapa.


Y el llanto cesa.


La decisión tomada suena como un “clic”, como una pieza encajando en el lugar que corresponde.


Y salta.


Esperando a que todo desaparezca y se consuma.

Como él.

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