IMPASSE


“In the presence of real tragedy you feel neither pain nor joy nor hatred, only a sense of enormous space and time suspended, the great doors open to black eternity, the rising across the terrible field of that enormous, unanswerable question.”


La cabeza estaba sobre sus brazos, los cuales se encontraban apoyados sobre la fría mesa. Los cabellos desgreñados, las ojeras alrededor de sus cansados e hinchados ojos, el rímel corrido de tanto llorar. Siete de la mañana del lunes y él no había llegado.


Agudizó el oído, a lo lejos pudo escuchar el sonido insoportable del reloj, la canilla otra vez rota con su goteo intermitente, el murmullo casi silencioso del viento chocando contra la puerta. Afuera los truenos que tanto la asustaban, el ladrido de los perros del vecino, los autos circulando. Ni una señal que indicara su regreso.


El día era frío, lluvioso y deprimente, como su estado en esos momentos. Tomó el encendedor y encendió uno de los pocos cigarrillos que quedaban en la cajetilla. Miró ausentemente a través de la ventana, la tenue luz del nublado día iluminaba la cocina, dándole un aire tétrico y vacío. Se sentó sobre la mesada y esperó, una hora más… ¿dos tal vez? Mirando todo y nada al mismo tiempo. Tres días eternos en los que él no aparecía. Ella sabía la razón, pero seguía allí. Se maldijo por su masoquismo una y otra vez ¿por qué se quedaba? Sollozó pasando las manos por su rostro.


¿La había abandonado definitivamente? ¿se había acabado el sufrimiento con el que pagaba “amarlo” de esa manera? La respuesta era no. La puerta se abrió y las lágrimas llenaron sus ojos. La imagen de siempre la golpeó tanto o más que las otras veces. El estado deplorable de él, el amor enfermizo de ella.


El chico arrastró sus pies, perdiendo un poco el equilibrio, lo que lo obligó a apoyarse sobre el marco de la puerta. Estaba empapado por la lluvia, golpeado, sucio, ebrio. El olor a alcohol podía percibirse incluso antes de que entrase a la casa. Ella suspiró, cansada, enjugándose las lágrimas por enésima vez con su remera ¿por qué no se iba? Lo pensó, pero para ella no era tan fácil como tomar el auto y largarse de allí.

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