IDEALIZAR



Te vi, ojeando tranquilamente las páginas de un libro. La tenue luz del día nublado dificultaba la lectura que intentabas llevar a través de los cristales de tus lentes. Mirabas el reloj cada dos segundos. Tal vez calculando el tiempo que te faltaba para llegar a destino, los minutos que te quedaban de hipnotizante lectura o (quizás) descifrando una tardanza inminente que te crispaba los nervios. Me perdí en cómo tu figura llena de luz y color contrastaba con la tétrica penumbra que reinaba en el exterior. Nos encontrábamos en el típico momento que antecede a la tormenta. La oscuridad previa a una predecible precipitación que se da en un día de agotador calor y asfixiante humedad.

En fin, mirando(te) desde el otro colectivo, en ese minuto eterno del semáforo en rojo, pude apreciar muchas cosas. Casi las mismas que puede notar un francotirador apostado en el techo inestable de lo que fue una humilde casa situada sobre un territorio en guerra. La ridiculez usual de mis pensamientos estaba justificada por la humedad que por poco era palpable y que te ahogaba gratuitamente. Giraste la cabeza y te encontraste con mi mirada indiscreta y aunque te resultó extraño (noté la confusión en tu rostro) me dedicaste una cortés sonrisa que intenté devolver mientras inconscientemente modulaba un "disculpas". Qué vergüenza. Las páginas de mi libro quedaron arrugadas por la férrea presión que ejercieron mis dedos ante tan bochornoso momento en el que me dejé llevar por mi impertinencia.

Ni hubieses querido saber que aquello venía porque estabas leyendo el mismo libro que yo. Chocante fue pensar que te convertiste en objeto de mi interés por gustos que imaginé que teníamos en común. Extraño fue tener que aceptar que siempre saco conclusiones apresuradas y que, tal vez, idealizo demasiado. Porque puede que te lo hayas encontrado en el asiento de un parque o que un conocido lo haya olvidado en la mesa de un bar en el que estaban compartiendo charlas y un café. Es probable que lo hayas comprado en el puesto de diarios para alguna persona en especial mientras caminabas hacia la parada del colectivo, quizá te guste el autor o tan solo lo hayas adquiriste porque sí. Sorprendentemente sigo con la misma manía de buscar una explicación a todo. No sé, pero dejame imaginar que las líneas de la página 98 te erizaron la piel, que te apuntaste en la agenda la frase que aparece en el prólogo o que el personaje principal también te resulta desagradable. Casi como una lectura compartida, creyendo que todas estas pavadas no se me ocurren solo a mí.

El hechizo acaba porque la realidad toca la puerta y solo quedan unas cuadras para llegar a casa. Guardo el libro en el bolso y me río porque otra vez me devuelve la mirada la misma página. No adelanté nada en el viaje y concluyo que, como siempre, en el colectivo no puedo leer.

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